Antonio Gascón, religioso marianista de la provincia de Madrid, responsable de la elaboración de la historia de la Compañía de María, resume así su última colaboración para Mundo Marianista:
“Con este título sostengo una tesis y una convicción personal que en este artículo voy a intentar explicar dentro del terreno historiográfico.
Los capitulares que votaron el texto de las Constituciones experimentales de 1967 y a los que aprobaron el texto definitivo en el Capítulo General de 1981 pensaron que con la nueva Regla de Vida Marianista estaban cumpliendo el mandato del Concilio Vaticano II de adecuar la vida religiosa a los valores de la Modernidad, con los cuales convergía, por fin, la Iglesia católica. Era cierto que en el nuevo ordenamiento constitucional marianista se recogía el principal valor del Concilio y de la Ilustración: la dignidad inalienable de la persona humana, de donde brota la libertad religiosa personal y la libertad política de los pueblos, como condición para la vida y misión de la Iglesia. Pero el Espíritu Santo siempre hace ir más allá de sí mismos a los hombres de Dios y a sus actos; de ahí que tanto el Concilio Vaticano II, como la nueva Regla de Vida de la Compañía de María, son acontecimientos que se proyectan, no tanto sobre una Modernidad entonces ya agotada, cuanto sobre una postmodernidad, hacia la cual la Iglesia se dirige con una nueva evangelización al inicio del tercer milenio de la era cristiana. Y yo creo que, más bien, aquí reside el valor de nuestra Regla de Vida de 1983 para las nuevas generaciones de marianistas que están viniendo y que en las décadas sucesivas vendrán.
En este artículo quiero hacer el desarrollo histórico del surgimiento y recepción de la nueva Regla de Vida. Intentaré mostrar su distanciamiento en la interpretación del carisma marianista –dentro de la común inspiración chaminadiana- respecto a las Constituciones de 1891 y mostraré sus grandes líneas de acción hacia la nueva evangelización”.