La formación marianista a los veinte años de la Regla de Vida

Nuestra Regla de Vida nos lleva primeramente a pensar en nuestro fundador como “formador”. Él supo señalar dónde estaba el objetivo: la persona de Jesucristo. Formación es el proceso de identidad, y a la vez el camino de seguimiento de Jesús, la identificación o conformidad con él. María tiene un papel clave, y todos los días pedimos al Padre: “concédenos ser formados por ella a semejanza de su Hijo primogénito”. Chaminade además supo acompañar a sus hermanos. Su magisterio de presencia y epistolar es evidente, y nos hace entrar en relación con la vida y la historia de nuestros orígenes.

La formación en la Regla de Vida parte del artículo 2 del capítulo primero, donde señala el objetivo cristológico, y la función de María y del Espíritu en este proceso (art. 6). Estos son los cimientos desde donde se construye. A partir de ahí, la Regla desarrolla en los capítulos 6 de cada libro, los grandes temas de la formación, especialmente los criterios de personalización, integración y permanencia.

La reflexión y la pastoral sobre la formación posterior a la Regla de Vida, ha supuesto un enriquecimiento evidente: primero con el artículo “Formación” en el Diccionario de la Regla de Vida; luego con la “Guía de la formación de la Compañía de María”, texto aprobado en 1996, tras diversos encuentros regionales e internacionales de formadores. La Guía es hoy un documento fundamental para aplicar la Regla en lo referente a la formación, y dar criterios a las unidades de la Compañía para sus planes formativos propios. En este aspecto el criterio de la “inculturación” es fundamental.

Las necesidades actuales de la formación, tanto en la inicial como en la permanente, son los motivos que nos guían para seguir pidiendo, como hizo María en Caná, el vino nuevo del Reino.

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